Rafael Salas quería desesperadamente eliminar
los recuerdos de Amanda; estaba cansado de soñarla tanto de noche como de día,
de imaginar su silueta en los recovecos de su habitación, de pensar en su largo
cabello de chocolate, en su piel de ángel, de verla en el rostro de cada mujer
que se cruzara incidentalmente en su camino. Amanda, con su odiosa manera de
amarle, había terminado por saturarlo y a Rafael le quedaba únicamente una
opción para sacarla de su vida: borrar cada imagen de ella, desde el primer día,
aquel en que la conoció y amó, hasta aquella noche en que decidió desterrarla
de su corazón.
La
oficina de Recuerdos y Nuevos Comienzos no estaba muy lejos de la “casa de muñecas” como apodó Amanda a la
pequeña, simétrica y acogedora residencia de Rafael, término que él odiaba y
del que también esperaba deshacerse para siempre, así que tomó sus llaves y su
cartera y se dirigió al edificio; como cualquier otro cliente, se registró al
entrar, pagó la cuota señalada y describió en menos de cinco palabras lo que
deseaba alcanzar con el procedimiento: “…olvidarme de Amanda Rosales”.
-¿Rafael
Salas? ¿Rafael Salas para el procedimiento ambulatorio?-, preguntó una voz de
ultratumba, áspera y ahogada en el tedio de la rutina, Rafael ubicó su
procedencia, desde el fondo del pasillo, así que se levantó con un salto veloz
y se apresuró antes de perder su turno y verse en la necesidad de pensar en Amanda
un minuto más. Desde el marco de la puerta observó el cuarto, que se encontraba
completamente a oscuras, y siguiendo las instrucciones leídas con anterioridad,
cruzó el umbral y se sentó en lo que
parecía ser el único espacio en el que un loco con deseos de olvidar a alguien
podía estar. El procedimiento comenzó.
Mientras
lo hacían olvidar, cada momento en el que Amanda cruzó por su vida retornó a
sus pupilas; sólo por un segundo Rafael fue capaz de aglutinar la esencia de la
mujer que amaba: conociéndose gracias al destino, cuando ella derramó café
sobre la camisa blanca de Rafael, justo cuando éste se dirigía a una cita a
ciegas, la primera velada y los miles de silencios incómodos que Amanda rompió
con preguntas irreverentes que él aún adoraba, las comidas y cenas que
magistralmente terminaban quemadas, saladas o malogradas gracias a las
habilidades de ella en la cocina, los bailes con cuatro pies izquierdos que
siempre terminaban en vergüenza y carcajadas, las miradas, las discusiones, las
reconciliaciones; los días de azúcar y miel, los ocasos de naranja con un toque
de limón, las noches de fuego aderezadas con caramelo, amor y una pizca de azafrán; todo, todo
recuerdo de Amanda iba deslizándose inexorablemente hacia el abismo de su
memoria y luego se rompía como una pequeña y frágil pieza de porcelana estrellándose
contra el asfalto.
-Amanda-
alcanzó a murmurar mientras el procedimiento llegaba a su fin. Se levantó y experimentó
un hueco en su pecho, entonces una mujer de pequeña estatura se acercó a él con
un pequeño disco que tenía la inscripción “Oficina
de Recuerdos y Nuevos Comienzos, Rafael Salas” y se lo ofreció amablemente
diciendo: -Lo implementamos hoy, el paciente tiene la opción de llevarse lo
borrado, pero si está completamente seguro de su decisión eliminaremos para
siempre los datos-. Rafael dudó, pero el recuerdo de alguien que había significado algo
muy importante para él pudo más que su deseo de salir corriendo del lugar, tomó
el disco y salió a paso seguro del edificio. Iba sin rumbo cuando vio a una
chica con largo cabello de chocolate y piel tan tersa como de ángel, que se
alejaba con paso apresurado pero algo torpe, y pensó –creo es la mujer más bella que haya visto-,
entonces Rafael Salas sonrió y corrió a su casa para descubrir el contenido del
disco.