martes, 4 de diciembre de 2012

Cuento I


Rafael Salas quería desesperadamente eliminar los recuerdos de Amanda; estaba cansado de soñarla tanto de noche como de día, de imaginar su silueta en los recovecos de su habitación, de pensar en su largo cabello de chocolate, en su piel de ángel, de verla en el rostro de cada mujer que se cruzara incidentalmente en su camino. Amanda, con su odiosa manera de amarle, había terminado por saturarlo y a Rafael le quedaba únicamente una opción para sacarla de su vida: borrar cada imagen de ella, desde el primer día, aquel en que la conoció y amó, hasta aquella noche en que decidió desterrarla de su corazón.

La oficina de Recuerdos y Nuevos Comienzos no estaba muy lejos de la “casa de muñecas” como apodó Amanda a la pequeña, simétrica y acogedora residencia de Rafael, término que él odiaba y del que también esperaba deshacerse para siempre, así que tomó sus llaves y su cartera y se dirigió al edificio; como cualquier otro cliente, se registró al entrar, pagó la cuota señalada y describió en menos de cinco palabras lo que deseaba alcanzar con el procedimiento: “…olvidarme de Amanda Rosales”.

-¿Rafael Salas? ¿Rafael Salas para el procedimiento ambulatorio?-, preguntó una voz de ultratumba, áspera y ahogada en el tedio de la rutina, Rafael ubicó su procedencia, desde el fondo del pasillo, así que se levantó con un salto veloz y se apresuró antes de perder su turno y verse en la necesidad de pensar en Amanda un minuto más. Desde el marco de la puerta observó el cuarto, que se encontraba completamente a oscuras, y siguiendo las instrucciones leídas con anterioridad, cruzó  el umbral y se sentó en lo que parecía ser el único espacio en el que un loco con deseos de olvidar a alguien podía estar. El procedimiento comenzó.

Mientras lo hacían olvidar, cada momento en el que Amanda cruzó por su vida retornó a sus pupilas; sólo por un segundo Rafael fue capaz de aglutinar la esencia de la mujer que amaba: conociéndose gracias al destino, cuando ella derramó café sobre la camisa blanca de Rafael, justo cuando éste se dirigía a una cita a ciegas, la primera velada y los miles de silencios incómodos que Amanda rompió con preguntas irreverentes que él aún adoraba, las comidas y cenas que magistralmente terminaban quemadas, saladas o malogradas gracias a las habilidades de ella en la cocina, los bailes con cuatro pies izquierdos que siempre terminaban en vergüenza y carcajadas, las miradas, las discusiones, las reconciliaciones; los días de azúcar y miel, los ocasos de naranja con un toque de limón, las noches de fuego aderezadas con caramelo,  amor y una pizca de azafrán; todo, todo recuerdo de Amanda iba deslizándose inexorablemente hacia el abismo de su memoria y luego se rompía como una pequeña y frágil pieza de porcelana estrellándose contra el asfalto.

-Amanda- alcanzó a murmurar mientras el procedimiento llegaba a su fin. Se levantó y experimentó un hueco en su pecho, entonces una mujer de pequeña estatura se acercó a él con un pequeño disco que tenía la inscripción “Oficina de Recuerdos y Nuevos Comienzos, Rafael Salas” y se lo ofreció amablemente diciendo: -Lo implementamos hoy, el paciente tiene la opción de llevarse lo borrado, pero si está completamente seguro de su decisión eliminaremos para siempre los datos-. Rafael dudó, pero el recuerdo de alguien que había significado algo muy importante para él pudo más que su deseo de salir corriendo del lugar, tomó el disco y salió a paso seguro del edificio. Iba sin rumbo cuando vio a una chica con largo cabello de chocolate y piel tan tersa como de ángel, que se alejaba con paso apresurado pero algo torpe, y pensó  –creo es la mujer más bella que haya visto-, entonces Rafael Salas sonrió y corrió a su casa para descubrir el contenido del disco.