Ahora, pensé mientras empujaba el carrito, tengo este trabajo. ¿Es esto todo? No me extraña que la gente robe bancos. Había demasiados trabajos humillantes. ¿Por qué demonios no era yo un alto magistrado o un concertista de piano? Porque se necesitaba mucha preparación y costaba dinero. De todos modos, yo no quería ser nada. Y lo estaba consiguiendo.
Metí mi carrito en el ascensor y pulsé el botón.
Las mujeres querían a los hombres que ganaban dinero, querían hombres de éxito. ¿Cuántas mujeres de categoría vivían en chabolas de techo de uralita? Bueno, de todos modos yo no quería a ninguna mujer. No para vivir con ella. ¿Cómo podían los hombres vivir con las mujeres? ¿Qué importaba eso? Lo que yo quería era vivir en una cueva en el Colorado con víveres y comida para tres años. Me limpiaría el culo con arena. Cualquier cosa, cualquier cosa que evitara que me ahogase en esta existencia monótona, trivial y cobarde.
Cuando salió el último estudiante, me acerqué a la mesa de la señorita Curtis. Ella me sonrió. Yo había observado sus piernas durante horas y ella lo sabía. Ella sabía lo que yo quería y que no tenía nada que enseñarme. Sólo había dicho una cosa que yo memoricé. No era idea suya, obviamente, pero me gustó:
—No se debe sobreestimar la estupidez de la masa.
—Señor Chinaski —dijo mirándome— tenemos ciertos estudiantes en esta clase que piensan que son muy listos.
viernes, 6 de febrero de 2009
sEis
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