A las seis y cuarto me dirigí a casa. El sol peinaba la parte trasera de los grandes almacenes portuarios y las largas sombras barrían el suelo. ¡Qué día! ¡Qué mierda de día!
Mientras andaba hablé conmigo mismo sobre el asunto, para comentarlo. Lo hacía siempre, hablar conmigo mismo en voz alta, murmurando con vehemencia. Normalmente era una gozada, porque siempre tenía a punto las mejores respuestas. Pero aquella noche no. Detestaba el murmullo que tenía lugar dentro de mi boca. Parecía el zumbido de un abejorro atrapado.
Mientras andaba hablé conmigo mismo sobre el asunto, para comentarlo. Lo hacía siempre, hablar conmigo mismo en voz alta, murmurando con vehemencia. Normalmente era una gozada, porque siempre tenía a punto las mejores respuestas. Pero aquella noche no. Detestaba el murmullo que tenía lugar dentro de mi boca. Parecía el zumbido de un abejorro atrapado.
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