Como la ira de nuestra abuela todavía no se había concretado en nada, Chris y yo nos habíamos ido volviendo descuidados. No nos portábamos siempre con decoro en el cuarto de baño, ni andábamos siempre vestidos del todo. Era difícil vivir, día tras día, con las partes íntimas de nuestro cuerpo siempre ocultas al sexo opuesto.
Y, si he de decir la verdad, a ninguno de nosotros nos preocupaba mucho lo que pudiera ver el otro. Pero debiera habernos preocupado. Debiéramos haber tenido cuidado.
Debiéramos habernos acordado siempre de la espalda ensangrentada y llena de ronchas de mamá, nunca, nunca debiéramos haberla olvidado. Pero el día en que mamá fue azotada nos parecía ahora muy lejano, lejanísimo, como si hubiera ocurrido hacía una eternidad.
Y, si he de decir la verdad, a ninguno de nosotros nos preocupaba mucho lo que pudiera ver el otro. Pero debiera habernos preocupado. Debiéramos haber tenido cuidado.
Debiéramos habernos acordado siempre de la espalda ensangrentada y llena de ronchas de mamá, nunca, nunca debiéramos haberla olvidado. Pero el día en que mamá fue azotada nos parecía ahora muy lejano, lejanísimo, como si hubiera ocurrido hacía una eternidad.
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