sábado, 28 de marzo de 2009

cIncuenta y sEis

Había puesto al descubierto mis pensamientos secretos, escupiéndolos como basura, para que mis dos hermanos se sobresaltaran y palidecieran. Y mi hermanita se hizo más pequeña incluso de lo que ya era y se puso a temblar. En cuanto hube dicho aquellas crueles palabras, deseé volvérmelas a tragar. Estaba ahogándome de vergüenza, pero me sentía incapaz de pedir excusas y desdecir lo dicho. Di media vuelta y me fui corriendo al cuartito para abrir la puertecilla alta y angosta que me llevaría, escaleras arriba, al ático. Cuando algo me dolía, y eso era frecuente, iba corriendo en busca de música, de mi vestido y mis zapatillas de ballet, para bailar hasta serenarme. y en algún lugar de aquella tierra de cuento de hadas, en la que hacía mis piruetas, locamente, esforzándome como una loca y una salvaje por dejarme a mí misma insensible a todo de pura fatiga, vi a aquel hombre, lejano y como en sombras, medio escondido detrás de las altas columnas blancas que se elevaban hasta un cielo de púrpura. En un pas de deux lleno de pasión estaba bailando conmigo, separados para siempre, por mucho que tratase de acercarme a él y de caer, de un salto, en sus brazos, y sentirme allí protegida por ellos, sosteniéndome... y con él, por fin, encontraría un lugar seguro donde vivir y amar.

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