sábado, 7 de marzo de 2009

tReinta y cInco

«Tienes razón, estoy nerviosa. Discutir con mi marido me pone así, ¿no es extraño? ¿No es la cosa más sorprendente que jamás oíste? ¿Y sabes por qué discutimos? Te daré una pista. Tom... No se trata de Adrienne Gilette, ni de Dick Sleefort, ni tampoco del eclipse de mañana. Discutimos a causa de Jessie, de nuestra hija, ¿y qué otra novedad hay?»

Se echó a reír a través de las lágrimas. Un seco siseo indicó que la mujer frotaba un fósforo para encender un cigarrillo.

«¿No dicen que la rueda que chirría es la que siempre se lleva la grasa? Pues ésa es nuestra Jessie, ¿verdad? La rueda chirriante. Nunca se siente satisfecha con lo que se acuerda hasta haber tenido ocasión de dar ella los toquecitos finales. Los planes de los demás nunca le gustan. Nunca puede dejar las cosas como están.»

A Jessie le impresionó captar en la voz de su madre algo muy próximo al odio.

«Sally...»

«No tiene importancia, Tom. ¿Quiere quedarse contigo? Estupendo. De todas formas, no sería muy agradable llevarla; lo único que iba a hacer es armar camorra con su hermana y quejarse por tener que vigilar a Will. En otras palabras, no haría más que chirriar.»

«Sally, Jessie casi nunca se queja ni lloriquea, y es muy buena a la hora de...»

«¡Vamos! ¡No sé con qué ojos la miras!», chilló Sally Mahout, y el rencor que impregnaba su voz hizo que Jessie se encogiera hacia atrás en la silla, «duro ante Dios que a veces te comportas con ella como si fuese tu novia en vez de tu hija!»

En esa ocasión la larga pausa correspondió al padre que, cuando habló, lo hizo en tono suave y frío.

«Decir eso es un golpe bajo, sucio e injusto», replicó por último.

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