Miré esa puerta.
La observé larga y profundamente durante casi diez minutos.
La contemplé como nunca antes lo había hecho.
En mis 22 años de vida jamás le había puesto atención como en ese preciso momento: la textura de madera, obscura y cuidada en la parte superior, mientras que abajo los tablones aparecían raídos y de un color triste, claro y desvaído, el número 35 de metal lucía oxidado y a punto de caer. Frente a mi tenía la manija, cilíndrica y desgastada por los años de uso, y a su lado colgaba la cerradura color plata que tiempo atrás me había resultado tan familiar y tan querida; antes, ver esa cerradura significaba –hogar-, ahora en cambio no era más que una de tantas cerraduras que había visto en los últimos años, la manija no era más que una de tantas manijas, y la puerta no era más que una de las millones de puertas que se encontraban a lo alto y ancho del planeta. Si todo eso era cierto, ¿entonces porqué me invadía este sentimiento de melancolía?
Un grito ahogado subió por mi garganta y murió en mi lengua mientras sacaba del bolsillo derecho de mi pantalón un juego de llaves que no había sido usado en mucho tiempo –tal vez demasiado- y que sin embargo resultaba tan familiar a mis dedos.
Tomé la llave más larga mientras observaba los medidores de luz que ahora no marcaban nada, simplemente adornaban –de muy mala manera- la pared junto a la puerta. Introduje la llave en la cerradura, y ésta hizo un click muy ligero –casi imperceptible- mientras mi mano giraba lentamente y con cautela hacia la izquierda.
La puerta se abrió.
La empujé, di un paso dentro, giré y me volví para colocar la llave, esta vez para cerrar de manera rápida –siempre era mejor así- la puerta. Tal vez mi subconsciente asumió que hacer eso evitaría que saliera huyendo del lugar. Funcionó. Suspiré larga y profundamente mientras veía la casa que había sido mi hogar durante casi veinte años. El césped y las plantas estaban descuidadas y crecían de manera rebelde, apropiándose del lugar, la pintura de la casa se caía a pedazos y en el techo había pájaros que me veían sorprendidos, como diciendo –aléjate, este es nuestro territorio-; en cuanto di el primer paso rumbo a la casa huyeron asustados, aunque probablemente –y ellos nunca lo sabrían-, nada ni nadie tenía más miedo que yo en ese preciso momento.
5 comentarios:
Casas…lugares en donde realizas parte de tu historia personal. La cual, aunque no quieras dejas en esos sombríos lugares…Aunque a veces hay que aprender a soltar y dejar que se vaya…pero…veremos el segundo capitulo…¡Suerte y saludos!
Antes de comentar sobre tu entrada, déjame decirte que tus etiquetas son las mejores que he visto en la blogósfera.
Ya. Sobre la entrada: Me agradó mucho cómo abordaste la sensación de melancolía y miedo mezclados.
Muy chido.
Gracias a ambos!
Para ser honesta, en estos momentos no puedo dejar de pensar que lo que escribí está del asco, pero bueno, al menos ya tengo la idea central...espero ir mejorando poco a poco...
Oh si, y me enorgullezco muchísimo de mis etiquetas :D
...
OMG! Cómo pude postear ese texto!!! Ta' mal hecho...luego lo corrijo :P
Sabes? Me recordaste mucho un sueño recurrente, en el que llego a mi casa después de muchos años, invadida por la maleza. Casi lo describiste perfectamente. La melancolía...
Algo así como un deja-vú???
Wooorales...
Gracias por pasar Kyuuketsuki!!!
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